jueves, 22 de septiembre de 2011






Esta monografía se propone demostrar cómo en La muralla china y en El Castillo, Kafka presenta una visión alienante del trabajo, en el cual el hombre no encuentra su realización personal como consecuencia de la situación vivida en el Estado de los Habsburgo a fines del XIX y comienzos del XX que es regido por un aparato burocrático.

Kafka. Praga y la clase obrera:

Franz Kafka nació en el seno de una familia de origen judío en la Praga de 1883. A través del conflicto que sostuvo con su padre, postura que conocemos gracias a sus escritos, puede rastrearse también una situación de tipo social que va más allá de lo estrictamente familiar. Aprendió a percibir de los poderosos su hipocresía y las contradicciones entre lo que decían y lo que hacían.
Benjamin escribe que para Kafka el mundo de los funcionarios y el de los padres es idéntico y la semejanza no los honra ya que están hechos de embotamiento, degeneración y suciedad; los funcionarios son inmensos parásitos y los compara con el padre de Kafka quien se gana la vida a expensas de su hijo (Benjamin 1934: 94) situación que dista considerablemente de lo que dice el quinto mandamiento “Honrarás a tu padre y a tu madre” en el segundo libro de la Torah.
Desde el año 1908 a 1922 fue auxiliar en el Instituto de Aseguradora de Accidentes de Trabajo para el reino de Bohemia, en Praga. Como funcionario, no pertenecía plenamente a la burocracia, pero tampoco se asimilaba por completo a la condición de un humilde trabajador. No se identificaba con el burócrata oficinista, ya que se pensaba a sí mismo como escritor.
Políticamente se oponía al capitalismo y a su aparato de poder. Tomó partido a favor de los oprimidos y humillados, pero sin tener ninguna confianza en la fuerza histórica de la clase obrera. El movimiento de los trabajadores del Estado de los Habsburgo se encontraba dividido y sin perspectiva revolucionaria a nivel de toda Austria. Pensaba que con la división del trabajo, la producción se hacía cada vez más ajena al trabajador; y más poderoso y complicado el aparato técnico, político y económico del capitalismo.
Kafka fue un escritor no marxista que, teniendo un conocimiento íntimo de los problemas que representaba el capitalismo, en momentos de grandes transformaciones históricas, estaba cercano a la clase obrera, si bien no tomó su punto de vista histórico.
La experiencia y vivencia que la burocracia era el poder que siempre perdura se había convertido, para él, en algo irrebatible.

Algunas interpretaciones de su obra:
Cuando nos enfrentamos a un escritor como Franz Kafka vemos que el mismo ofrece varios niveles de significación.
En el orden lingüístico, Kafka es uno de los pocos escritores judíos de Praga que entendía y hablaba checo -lengua que utilizó en su epistolario con Milena Jesenká- escribía en alemán, sabía yddish y aprendió tardíamente el hebreo. Como judío de lengua alemana pertenecía a una minoría respecto de la mayoría checa.
Muchas son las interpretaciones que han tenido sus escritos: Benjamin señala que hacerlo desde el punto de vista psicoanalítico o teológico, por ejemplo, es equivocar el camino. “Hay dos formas de errores completos respecto a los escritos de Kafka. El uno consiste en la interpretación natural, el otro en la sobrenatural: ambas –la interpretación psicoanalítica como la teológica- descuidan por igual lo esencial” (Benjamin 1934: 110)
La postura de los post-estructuralistas Deleuze y Guattari afirma que no debe leerse la obra de Kafka como una representación, o una alegoría, o un símbolo, o una metáfora ni tampoco, desde luego, darle una interpretación psicoanalítica. Pero esto no significa que su obra no tenga ninguna conexión con la realidad; por el contario, intentan mostrar cómo Kafka trabaja con componentes de la realidad, objetos, acontecimientos, personajes, pero para producir un hiperrealismo, es decir, con el fin de sobrecargar. Afirman que este es el procedimiento que lleva a cabo con la figura del padre en La carta al padre, exagerar la figura hasta hacerla absurda. Estos autores hablan de una proximidad al personaje que queda inflado de tal manera que impide al lector la identificación con las figuras de la novela.
Otra lectura es la del marxista Lukács para quien el mundo en Kafka aparece como algo inmutable, dando una visión de un universo que parece imposible de modificar. Esto provoca un subjetivismo que para el crítico húngaro, Kafka resuelve como angustia, no hay paso a la acción, sino al silencio.
“La angustia, el miedo pánico ante el mundo del capitalismo imperialista, que se desnaturaliza incesantemente por el presentimiento de sus variantes fascistas pasan del sujeto a la sustancia, la cual sin embargo no deja de ser una pseudo sustancia, subjetiva y por eso es la imagen de la deformación se transforma en una imagen deformada. Kafka no hace una representación fiel de la deformación del mundo, sino oque deforma la representación al subjetivizar. Por mucho que Kafka se distinga, por sus medios de descripción, de la mayoría de los vanguardistas, el principio esencial de la plasmación es en él lo mismo que en estos: el mundo como alegoría de una nada trascendente.” (Lúkacs 1966: 66)
Es por esto que para Lukács la imagen que entrega Kafka no puede ser tomada como denuncia del mundo social, por ser una imagen quieta, inmóvil, aparentemente insuperable. Por lo cual, la literatura de Kafka no es literatura sobre, sino del sinsentido social.
Si se piensa en el realismo decimonónico que delata y se ajusta a la manera de ver la realidad a comienzos del XIX, con un narrador omnisciente, una organización temporal lineal, una descripción saturada de imágenes costumbristas, la elevación de las clases bajas o medias a un rol protagónico, el enfoque de la experiencia cotidiana de la vida, la conexión con lo social y la intensión de representar objetivamente la sociedad, se entiende por que Kafka, lejos de ser realista, es el escritor que resulta ser el más lúcido observador del mundo, el que mejor representa esa realidad de su entorno.
Kafka reduce al mundo a una perspectiva de hombre aislado, sin pasado ni futuro, sin origen ni sentidos de pertenencia, sin esperanzas ni proyectos; no sólo retratando lo que sucede en la interioridad de sus protagonistas sino también transformando la experiencia del lector en una suma de inseguridades, de indefiniciones, que asemeja la lectura de la novela a la lectura de la realidad como si fuese la misma cosa. De esta manera, la literatura de Kafka es la más conciente de los límites humanos contemporáneos.
De manera similar a la que Balzac, logró capturar las condiciones fundamentales de la sociedad de su época, manteniendo una posición personal contra revolucionaria, mientras que en sus novelas, en tanto que realistas, capturaba una imagen de la sociedad que adquiría objetivamente un sentido progresivo, y siguiendo lo que afirma Adorno que el artista no tiene obligación de entender su propia obra, se puede decir que Kafka describió el momento pre totalitario que representó en sus escritos, sin que se haga con esto una lectura simbólica de su obra.
En ese mundo burocrático descripto por Kafka, no hay lugar para la iniciativa y la invención. El funcionario realiza solamente una pequeña parte de la gran acción administrativa cuyos fines nunca llegará a conocer y sólo se relaciona con anónimos y expedientes.
Para comenzar a trabajar la obra de Kafka es importante reflexionar sobre “lo kafkiano”.
¿Qué es una situación kafkiana? Es una situación que está relacionada, muchas veces, con el universo burocrático que le otorga un carácter laberíntico e impersonal. En tanto presenta situaciones insólitas dentro de un marco cotidiano, su característica es lo confuso, lo incomprensible. No se limitan ni a una situación pública ni a una privada, engloba a las dos. Lo público y lo privado se reflejan uno a otra.
Ejemplo de esto es la situación de K. en El castillo cuando es llamado para delegarle un trabajo de agrimensura y al llegar a la aldea, no puede trabajar de agrimensor; resultando todo extremadamente complicado y extraño. Esta es claramente una situación kafkiana.
Antecedentes de las mismas podemos rastrear en la unión de lo extraño y lo cómico. La ostranenie a la que ya se referían los formalistas rusos cuando analizaban, por ejemplo, textos de Gogol, donde las cosas toman vida propia y tras las cuales hay una fuerte crítica social.
Otra cualidad de las situaciones kafkianas es la espera, que es una espera que sin renunciar a la esperanza, queda como indefinida, como suspendida. En las obras de Kafka, aunque el lector siempre espera que algún tipo de justicia aparezca en cualquier momento, ésta no aparece nunca.

Las obras:
En La muralla china puede rastrearse lo universal del poder imperial frente a la pequeñez del individuo. Lo burocrático y las estructuras jerárquicas lo abarcan todo. El poder oprime de manera impersonal a los hombres.
En Kafka la institución es un mecanismo que obedece a sus propias leyes, que no tienen relación con los intereses de los hombres y, por lo tanto, es incomprensible. En el mundo kafkiano sólo hay reglas y órdenes que obedecer. La gran acción administrativa es realizada por funcionarios que desconocen la totalidad de la obra como así también la finalidad de la misma.
Que la muralla esté construida con porciones que quedan en blanco, que sea un sistema discontinuo de construcción, hace que aparezca en el narrador una cierta angustia por lo que parece una idea irracional. Esto lleva a que las órdenes que imparte la Dirección se las deba comprender hasta cierto punto para luego no cuestionarlas más. La consecuencia será no darle tanta prioridad a la razón y dejar que las cosas devengan, “Y por eso no deseo continuar examinando este problema.” (Kafka 2011:7)
Hay un sinsentido en la construcción de esta muralla discontinua. En el relato se ve cómo, dudando de la eficacia de la muralla, se duda también sobre la eficacia del Imperio. A pesar que se dice que no se sabe a ciencia cierta si ese emperador es el que gobierna en la actualidad, el narrador se encarga de afirmar que no hay un pueblo más fiel a su emperador que el suyo.
Esta doble moral del relato puede leerse como la doble moral del Estado de los Habsburgo y de las estructuras que lo mantienen en el poder.
El narrador presenta la situación social de la aldea y las exigencias del emperador, en referencia al sistema tributario y a su dureza, con respecto al pueblo. Sabe que este sistema ahoga a los campesinos, pero también sabe que de ahí proviene el dinero que sostiene a la corte imperial. La relación entre Imperio y aldea es claramente una relación de dominio.
El relato muestra, por un lado, la certeza de la imposibilidad absoluta de que las relaciones de poder puedan ser sostenidas construyendo murallas que impidan las invasiones de enemigos externos, y por otro, que estas mismas murallas mantengan al pueblo y al poder separados e incomunicados, ya que no hay poder que resista a contradicciones que surjan de una relación de desigualdad entre el pueblo y sus gobernantes.
El punto débil del Imperio sob, precisamente, esos espacios vacíos, la construcción de la muralla a lo largo de miles de kilómetros nada tiene que ver con una marca de progreso, sino que deja ver los sacrificios que el poder impone al pueblo, que cada vez se empobrece más y es el que debe olvidarse de sus propias necesidades para cumplir con lo demandado por el Imperio.
La contradicción que se presenta entre progreso y prosperidad, también aparece en El escudo de la ciudad; parábola que reproduce el pasaje bíblico de la construcción de la Torre de Babel. En la misma, el progreso trae aparejado la pregunta sobre la finalidad de la construcción de la torre. El desarrollo tecnológico, en las diferentes generaciones traerá mejoras técnicas pero, a su vez, mayores y más sangrientas guerras. Lo que al principio era un orden regular se transforma en un gran desorden donde lo importante pasa a ser sólo lo material.
Así el trabajo, en lugar de ser un elemento que garantice la prosperidad espiritual y material del hombre, se transforma en origen de un conflicto ya que las nuevas generaciones no aceptarán lo construido por la anterior e intentarán destruirlo; hasta que finalmente será la misma ciudad quien pedirá ser aniquilada.
En La Muralla China, para que el pueblo siga sometido a ese poder Imperial, el relato narra la preparación en la escuela de los futuros obreros. La ciencia más importante es la albañilería, de tal manera que los alumnos se formarán sólo y exclusivamente como constructores de la muralla y para esto, el recurso que se utilizará, en manos del maestro, será el miedo.
A pesar que el narrador vive en una zona donde el peligro de la invasión por los enemigos del norte es muy remoto, esto no es motivo para interrumpir la construcción de la muralla, ni para que los alumnos de su aldea se aparten de lo que deben aprender el resto de los niños de China.
Esta construcción innecesaria se ha convertido, por decisión del poder, en la razón de la comunidad. Los hombres conviven en función de una debilidad que será la que una al pueblo
“(…)nuestra concepción del Emperador no es una virtud. Tanto más raro es que esa misma debilidad sea una de las mayores fuerzas aglutinantes de nuestro pueblo; constituye, si me permiten la expresión, el suelo que pisamos. Declararlo un defecto esencial, importaría no sólo hacer vacilar las conciencias, sino también los pies.” (Kafka 2011:7)

Con respecto a la novela El castillo, Adorno escribe que “(…)se ha cumplido la profecía kafkiana del terror y la tortura “Estado y Partido”…lo usurpatorio del poder” (Adorno 1969:154).
Así se puede rastrear a lo largo de la misma una serie de similitudes o de antecedentes de lo que luego se desencadenó en Alemania con la subida de Hitler al poder. Desde los uniformes que usan los funcionarios del castillo, que Barnabas aspira a tener y que Olga, una de sus dos hermanas, le dice a K. que de ser necesario, él mismo lo confeccionaría, situación que marca una clara similitud con los uniformes de la S.S., a la maestra Gisa, quien trata cruelmente a K. y a Frieda pero que es sumamente amable con su gato, quien es descripta como una joven hermosa, a diferencia del resto de las mujeres de la novela rememorando al lector la figura de las muchachas del la juventud hitleriana. Los funcionario del castillo se reúnen y viven el la posada, similitud muy clara con burócratas del Tercer Reich.
Una reflexión especial merece el tema del nombre. De manera similar al que millones de hombres y mujeres perderían el derecho de ser llamados por su nombre y pasarían a ser solamente un número, sólo algunos años después; el agrimensor es nombrado únicamente por una letra y se transforma en un expediente, esto es diferente a lo que pasa en las otras novelas de Kafka; en América, por ejemplo, el protagonista tiene nombre Karl y apellido Rossman, en El proceso sólo nombre, Josef y como apellido una K. Así, con el agrimensor llamado simplemente K, es como si el personaje del castillo (emparentado con los anteriores) perdiera por completo su identidad.
Con respecto al poder, párrafo aparte merece la relación que se establece entre Kalmm y el resto de los habitantes de la aldea, que va desde el respeto de algunos hasta la veneración de otros “la veneración a la autoridad es innata en ustedes” (Kafka 2008:229), le dirá K a Olga.
Quienes administran el castillo son hombre de negocios, para K habrá una ambigüedad, Klamm se asemeja más a un patrón en el sentido moderno de la palabra, aunque como señor del castillo es presentado por un lado como un soberano medieval quien parece ejercer el “derecho de pernada” para con las mujeres de la aldea, que se extiende también a los maridos quienes aceptan sumisamente la entrega de sus esposas a los burócratas del poder. Por otro lado, ese señor del castillo es presentado como un burgués que no se da a conocer, y cuando K. quiere verlo, logra sólo ver una parcialidad, un reflejo.
La novela revela que no es Klamm el único que considera tener ese derecho, y esto lo atestigua la carta que Sortini le manda por un mensajero a Amalia. Su caso marca los valores de los habitantes de la aldea y del castillo.
La muchacha no acepta la propuesta del funcionario, se ofende y agrede al mensajero; la consecuencia es el castigo público para todos los miembros de su familia, quienes deben abandonar su casa y pasar a vivir a una choza, el padre pierde el trabajo de zapatero, única labor manual mencionada en la novela, ya que del trabajo de los funcionarios del castillo y los escribientes sí se habla.
La reacción de la aldea está claramente descripta en el pequeño relato que le hace Olga a K. “…sabían también que ellos mismos quizás no hubiesen afrontado la prueba con más éxito que nosotros, pero con más razón aun entonces era necesario alejarse por completo de nosotros” (Kafka 2008: 264).
Con respecto al vínculo del resto de los funcionarios hacia Klamm, no todos pueden llegar a él, hay algunos miembros importantes de la comunidad que ni siquiera lo conocen, como es el caso del maestro, y esto hace que en varios momentos K. hasta dude de su existencia.
Lo que ocurre es que el poder no se ve, no todos pueden acceder a él, y cuando K. logra espiar por el agujero de la pared de la taberna, lo que ve de Klamm es muy distinto a la imagen que se había hecho, aparece un hombre obeso sentado en una silla y casi en un estado de somnolencia.
Algo similar le sucede a K. con el castillo, al principio parece que no puede verse, pero cuando lo logra, reflexiona “Si uno no supiese que era un castillo, podría tomarlo por un pueblecito” (Kafka 2008:15).
En la novela se dice que los funcionarios trabajan duramente, aunque K. no los ve realizando trabajo alguno. Burgel, desde la cama, habla también de la eficacia administrativa: “Pero también a usted debe de haberle llamado la atención la inobjetable eficiencia de la organización administrativa” (Kafka 2008: 330). En el capítulo XV Barnabas hace una descripción del trabajo de los funcionarios que van de libro en libro y los escribientes que “tienen que estar siempre saltando, pescando al vuelo lo dicho, sentarse rápidamente y copiarlo; después volver a saltar y así sucesivamente” (Kafka 2008:223/4), y cuando se refiere a su propio trabajo, Barnabas lo describe como uno en el que nada le es dado porque sí, en el que hay que sobrellevar obstáculos. El hecho de trabajar en el castillo, aunque sea un trabajo como el de Barnabas, quien pudo comenzar a desempeñarlo sin ninguna designación formal, es algo apreciado y por lo tanto importante de cuidar “no se te regala nada –afirma Barnabas- tienes que luchar hasta por cada pequeñez en particular “(Kafka 2008:226).
Diferente es la situación de los sirvientes, que según los funcionarios son los que realmente la pasan bien en el castillo “que la pases como un sirviente reza una expresión de buenos deseos que utilizan los funcionarios, en lo que se refiere a la buena vida, los sirvientes deben ser los verdaderos señores del castillo” (Kafka 2008:276). El estar de servicio afecta la personalidad de los ayudantes. Jeremias, al renunciar, puede hablar y decir lo que piensa y hasta aparece como un ser inteligente, muy diferente de cuando con su hermano está al servicio de K.
El trabajo es algo que en la novela aparece de una forma muy poco detallada, los mismos funcionarios, de los que se dice que trabajan mucho, aparecen en esta función por la noche y atendiendo a los solicitantes en la cama; Burgel dirá: “durante las noches uno se siente más inclinado a juzgar las cosas casi desde un punto de vista más personal” (Kafka 2008: 326). Mientras los señores en las habitaciones atienden las diferentes solicitudes de los habitantes de la aldea, en el pasillo se suceden situaciones insólitas entre los sirvientes y los ordenanzas; el tema es la distribución de los expedientes, situación que K presencia a pesar de ser aparentemente secreta, ya que a los señores no se los debe ver por la mañana porque los mecanismos del poder permanecen ocultos y no deben salir a la luz del día.
La situación laboral es poco detallada en tanto que jamás se describe el trabajo específico ni el fin que persigue, al punto que K. es llamado como agrimensor y nunca puede ejercer como tal y, cuando se devela que se trata de un error, su puesto se convierte en un caso más que alimenta la gran máquina burocrática del castillo.
En la primera carta que recibe, se le informa que fue admitido y la importancia que representa para la administración tener empleados contentos, hecho que queda desmentido a lo largo de la novela, ya que cada vez que alguien tiene un trabajo, o lo hace mal como Barnabas, o es inútil en el mismo (siendo el mejor ejemplo de esto los ayudantes), o quiere deshacerse rápidamente de él, como en el caso de Frieda.
Como si sólo se quisiera el trabajo cuando no se lo posee, así el padre de la familia de Olga añora su labor de zapatero, Pepi desprecia sus quehaceres de mucama y aspira el puesto de mesera.

En ambos escritos, el trabajo aparece como la imposibilidad de la realización humana. La alienación y la incomprensión del sentido del mismo como marca principal.
En ambos, los protagonistas se enfrentan a un poder, a una burocracia a la cual no logran comprender, que no se interesa por ellos como personas y que los deja perderse en la confusión y la inacción.