Fue en aquel viaje que hicimos al campo después de la discusión que habíamos tenido el día de tu cumpleaños. Era claro que no podías entender lo que te estaba diciendo
Si nunca supiste ni sospechaste lo que sentía, lo que pensaba. Por eso te sorprendió tanto mi confesión, porque en tu mundo era incomprensible que alguien como yo pudiera un día, así de pronto, decir lo que dije.
Comencé hablando de sus manos…
Vos siempre llegabas con ese olor a colonia, impecable ..
Una vez me dijiste que escuchaste algo que dije cuando dormía, y había desprecio en tu voz, como si también fueras dueño de censurarme los sueños de la misma manera que pretendías censurarme la vida.
Hasta que surgió en mí la pregunta ¿por qué ocultártelo? ¿Si mi intensión nunca fue herirte….?
¿Pero cómo explicarte que desde hacía varios años tu pulcritud, me había empezado a causar asco? Que ya no me alcanzaba mi vida envuelta en “lysoform” porque lo que pretendía era sentir que estaba viva.
No, no te mentí, él no era el culpable, eran sus manos.
Grandes, fuertes, ásperas por momentos. Sus manos que soñaba y a las que quería asirme, amarrarme, encadenarme y quedar pegada para siempre.