miércoles, 15 de febrero de 2012

No la vi


¿Sabés?, ahora que me lo preguntás… Sí me acuerdo, me acuerdo claramente. El verano de hace tres o cuatro años. Vivíamos todavía en ese departamento muy chiquito sobre la calle Olaya y a vos te gustaba salir al balcón, apoyarte en la baranda y espiar la placita. Sí, espiar, porque nadie sale a mirar una plaza a las tres o cuatro de la madrugada para ver si la ve pasar…

Esa noche me acuerdo que estaba el cielo despejado, se veían todas las estrellas, el pronóstico se había equivocado fiero, ni lluvia, ni bancos de niebla, nada, sólo una luna que crecía y que alumbraba todo.

Esa noche habíamos ido a ver esa película italiana, ¿cómo se llamaba? No puedo acordarme, no importa, pero de lo que sí me acuerdo es de vos en el balcón espiando, mirando la parte de los juegos, la que estaba pegada a la calesita. De tu grito me acuerdo, de ese ¡Alberto vení!

Que entraste corriendo y que casi te matás con el sillón, siempre dijimos que había que correrlo, que estaba demasiado cerca del balcón, que en la esquinita iba a quedar mejor, pero nunca lo hicimos. Así éramos nosotros, decíamos cosas, planeábamos cosas y nunca las hacíamos. Entraste corriendo y me agarraste del brazo sin esperar que yo me levante, que deje el vaso de té sobre la mesa, que me ponga los anteojos, nada, entraste corriendo, sólo repetías “Alberto vení”.

Y yo claro, fui, ¿qué otra cosa podía hacer? Fui, pero entonces no vi lo que querías o esperabas que viera. No la vi hamacarse detrás del tobogán como vos asegurabas la habías visto. No vi nada, apenas a ese perro que más de una noche no nos dejaba dormir con sus ladridos.

Pero a ella no la vi, ¿la hamaca? … sí, tenías razón, un poco se movía.

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