Martes 1° de mayo, día
internacional del trabajo, decido festejarlo haciendo lo que más me gusta
hacer, decido festejarlo leyendo desde bien temprano en la mañana.
¿Qué leer? Pregunta que me
persigue como la sombra ¿leer o releer? Pregunta que persigue a los que leemos.
El mate, después de la ducha; mis
gatas dando vueltas alrededor de sus comederos y yo, anteojos en la mano, me
siento y decido, vaya a saber por qué, releer Funes el memorioso, de Borges.
Sólo cuatro páginas que condensan
una genialidad desbordante, sin embargo, estoy segura de que no es casual que
el 1° de mayo despunte con esta relectura, porque ¿hay algo más diferente de lo
que le pasa a Funes que lo que nos está pasando a nosotros, los argentinos?
¿Dónde perdimos la memoria, dónde
la dejamos olvidada, dónde se deshizo y decidió no ayudarnos a salir del pantano en el que
estamos hundidos?
¿Será una broma del destino que,
teniendo a mano el recuerdo de un pasado cercano vivido y padecido, decidimos
golpearnos vaya a saber por qué vez, con la misma piedra?
Tal vez la casualidad tiene parte
de la responsabilidad de haberme enfrentado nuevamente con ese Funes que me
recuerda que la memoria es algo que no pueden quitarme si yo no quiero. Y no
quiero, de eso estoy absolutamente convencida.
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