Resumen:
El siguiente escrito intentará trabajar con el concepto de memoria
individual y colectiva y ver de qué manera la misma se registra en diferentes
críticos como así también el la novela La casa de los conejos de Laura
Alcoba.
¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria?
A partir de la lectura de La
Capra podemos decir que la memoria del trauma de las víctimas
se representa bajo un género narrativo que será el testimonio. Esa narrativa
tratará de asignarle coherencia y sentido a las experiencias traumáticas. La
forma de género “Testimonio” contribuye a la creación de la memoria histórica
que pasa de ser personal a ser pública y colectiva, estableciéndose así
distintas relaciones entre el testimoniante con su memoria y el historiador que
es quien indaga en la memoria ajena.
El problema principal que se plantea es cómo escuchar ese exceso
de la experiencia social, esa remota voz del testigo.
La Capra
presenta los trabajos de Dori Laub y
Shoshana Felman sobre el testimonio de sobrevivientes del Holocausto como un
ejemplo. Para Laub y Felman, las experiencias traumáticas generan una
dificultad para comprender lo que ocurrió, las razones por las que ocurrió y
las consecuencias que la ocurrencia tiene. Esa dificultad para conocer el
evento demanda simultáneamente una aproximación que de cuenta y atestigüe el
desconcierto y el sufrimiento de las víctimas; y no se detenga exclusivamente
en la necesaria “veracidad histórica” que sostienen los historiadores ya que los
testimonios son las “experiencias de los hechos” coincidan o no con la
precisión de los mismos.
La Capra
señala que hay dos maneras de recordar; la primera revivir el pasado sin
control en donde la temporalidad será una sola; y la otra cuando el pasado se
vuelve accesible por medio de la evocación, proceso que abre la posibilidad de
reelaboración del mismo, un estar aquí y allá al mismo tiempo y ser capaz de distinguirlo sin
dicotomizarlos, es decir, recordar sin perder la noción que se vive y se actúa
en un aquí y ahora “Esta dualidad (o doble inscripción) del ser es
fundamental para la memoria como elementos de repaso y de elaboración” (La Capra 2005: 109)
“¿Recordar para qué?”
es lo que se pregunta Todorov en Los abusos de la memoria, con relación
a los procesos de constitución de la misma. A partir de esta pregunta marca dos
caminos posibles: a uno lo llama la memoria
literal, que es la que
permite que el pasado rija el presente, es decir vivir continuamente el pasado
en lugar de integrarlo al presente, de esta manera el pasado es sacralizado y se
vuelve estéril, y al otro memoria
ejemplar, donde el pasado se toma como principio de acción para el
presente.
En la novela que nos
ocupa, La casa de los conejos de
Laura Alcoba, se va construyendo la memoria por el segundo de los dos caminos
antes planteados, el de la memoria ejemplar. Se narra esa identidad, a través
de la selección y el ordenamiento de la memoria, de los sucesos y de los
recuerdos: Una construcción histórica e ideológica. También se presentan algunos
detalles referenciales comprobables como por ejemplo el testimonio Los del
‘73. Memoria montonera, que incluye una nota de La Gaceta sobre
el enfrentamiento armado en La
Plata, en el lugar donde vivó Alcoba en la clandestinidad con
su madre en 1976 o la referencia a la actual función de la misma casa, en la
que desde 1998 reside la
Asociación Anahí fundada por Chicha Mariani.
Una vez reestablecido el pasado,
la pregunta para pasa a ser ¿para qué puede servir, con qué fin (se
recuerda)? (Todorov 2000: 33)
La respuesta puede ser que un sujeto que viviera exclusivamente en el
presente, o en un futuro soñado, sin detenerse a recordar su pasado, no sabría
quién es.
Por otro lado, es importante recalcar que la representación de ese pasado
constituye no solo la identidad personal
sino también, la colectiva, ya que la memoria es un elemento constitutivo de la
propia identidad.
Por otro lado, las tres dimensiones de la temporalidad como inseparables ya que sin memoria del
pasado, no es posible ningún conocimiento comprensivo del presente, y ningún
proyecto consistente y realista para el futuro. Esta relación de
condicionalidad que tienen para nosotros las tres instancias del tiempo podemos
también leerlas hacia atrás, es decir, en la dirección inversa, ya que siempre
interpretamos y juzgamos el presente desde los intereses con relación al
proyecto de futuro, instancias temporales que condicionan, a su vez, la
rememoración selectiva que hacemos del pasado. La memoria es frágil y está
sometida también a la contingencia de la temporalidad y a las deformaciones
intencionales, o a las políticas del olvido. Pero, como se pregunta Todorov: ¿para que
puede servir la memoria, para qué recordar?
La respuesta a ésta pregunta podemos encontrarla al comienzo del libro de Alcoba, ya que la
novela comienza cuando queda claro para qué recordar.
En la novela La casa de los conejos la protagonista, antes de
iniciar el relato, dice que se decide contar la historia porque a menudo piensa
en los muertos, pero que el motivo más potente para esa decisión es que ahora
sabe que no hay que olvidarse de los vivos. “Más aún: estoy convencida de
que es imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a
ellos, un lugar” (Alcoba 2008: 12) y agrega que ese esfuerzo por recordar
es también para ver si consigue olvidar un poco. Ese “olvidar” es resolver,
dejar dicho, cerrar una historia. Ese “olvidar” incluye la tranquilidad de
haberlo recordado todo, “… no es tanto por recordar como por ver si consigo,
al cabo, de una vez, olvidar un poco”. (Alcoba 2008: 12)
Hablemos un poco del olvido:
Siguiendo a Ricoeur podemos distinguir dos niveles de profundidad
respecto al olvido. El nivel más profundo, éste se refiere a la memoria como
inscripción, retención o conservación del recuerdo y el nivel manifiesto que se refiere a la
memoria como función de la evocación o de la rememoración; lo que encontramos en la novela de Alcoba.
El nivel profundo puede referirse a dos polos antagónicos. En uno de esos
polos, se encuentra el olvido inexorable. Tratar de borrar la huella de lo que
hemos aprendido o vivido, borrar la huella supone convertirla de nuevo en
cenizas
Pero existe otro tipo de olvido que el pensador francés llama olvido de
lo inmemorial. Se trata de aquello que nunca podremos conocer realmente y que,
sin embargo, nos hace ser lo que somos: el “origen”. Cuando nos referimos a la narración,
ésta rompe con toda cronología.
La novela que es una autobiografía, al retomar el relato de la historia a
partir de un punto de clausura, se presenta una alternativa a la representación
del tiempo lineal y se invierte su orden lógico.
Decimos, siguiendo a Ricoeur, del pasado que ya no es, subrayamos su
desaparición, su ausencia, pero también decimos que ya ha sido. Entender el
olvido como inmemorial y no como
inexorable, es comprender su contradicción aparente, su paradoja. El olvido
posee un significado positivo en la medida en que el “ha sido” se impone al “ya no” en el significado vinculado a la idea
de pasado.
Sobre los estratos apilados del olvido profundo y manifiesto, pasivo y activo,
se desarrollan los modos selectivos del olvido inherente al relato y a la
constitución de una “coherencia narrativa”. Dicho olvido es inherente a la
operación de elaborar una trama: para contar algo, hay que omitir numerosos
acontecimientos, eventos, incidentes, episodios no relevantes del suceso en
cuestión. La memoria es una relación por la cual es preciso elegir entre todo
el caudal de información recibido y esa selección, sea o no conciente sirve para
la utilización que haremos en la decodificación del pasado. Pero, como marca Todorov, “…cuando los
acontecimientos vividos son de naturaleza excepcional, tal derecho se convierte
en un deber: el de acordarse, el de testimoniar” (Todorov 2000: 18)
En la novela de Alcoba esto se lee al comienzo “Narrar se volvió
imperioso” (Alcoba 2008: 12)
Las narrativas son procesos de interpretación de una historia y en este
proceso las experiencias personales y grupales son fundamentales. En La
casa de los conejos el pasado está simbólicamente construido e interpretado
desde el presente, desplegándose en la narración a partir de las palabras, los
temas y las formas elegidas por la autora.
Las narrativas no son sólo instrumentos para comunicarles a otros lo que
deseamos; son ante todo el modo como le administramos orden temporal y lógico a
los eventos, conectamos el pasado con el presente y generamos expectativas
sobre el futuro, transformamos devenir en experiencia y sentido, y construimos
nuestra identidad. Identidad que en cuanto a la niñez se refiere, en la novela
de Alcoba la niña ve perder en el transcurso de su relato:
“¿Cuánto
hace que no voy a la escuela? Tres, cuatro meses quizá?. (…) No hay ningún
chupasangre cerca de mí pero sé muy bien que debería estar aprendiendo cosas
nuevas, y que todos estos días sin escuela me alejan más y más profundamente
del resto de los niños y de lo que pasa allá afuera(…) Incluso a aquel patio
silencioso y a esas nenas tan buenitas, los extraño también” (Alcoba 2008 :
113)
Es
interesante marcar que algunas página atrás, y haciendo referencia precisamente
al colegio, se dice “el San Cayetano, donde la policía, al parecer,
raramente controla la identidad de los alumnos” (Alcoba 2008: 81)
La identidad nominal de la autora y
la narradora-personaje de la novela, se especifica “Laura. Yo sólo dije
Laura porque sé que esa es la única parte de mi nombre que me dejan conservar” (Alcoba
2008: 68).
En la novela, la recuperación de la memoria se hace a través de la construcción de una voz
narrativa infantil, que a veces se vuelve confusa mezclándose con la voz
adulta, que enlaza el pasado con el
presente en el que se recuerda, como por ejemplo: “Sí, ahora que me esfuerzo en
recordar esa escena en casa de mi vecina (…) Oh, yo sé que tuve miedo, ahora lo
recuerdo perfectamente” (Alcoba 2008: 68-69)
En estos sucesos que están contados desde una perspectiva infantil, los
detalles cobran una dimensión que va más allá de lo cotidiano. Así por ejemplo
los conejos que traen para disimular el verdadero sentido de la casa son cada
vez más numerosos de igual manera que los periódicos que se imprimen en la
imprenta clandestina, el tiempo y los periódicos se reproducen velozmente “Al
fondo del galpón, los periódicos se amontonan, apilados cuidadosamente. En
paquetes de diez, regularmente agrupados de a cinco, los ejemplares de Evita
Montonera forman extrañas columnas. Por
delante del falso último muro, los conejos se multiplican a una velocidad
inaudita” (Alcoba 2008: 74-75). Tanto son los conejos que a Laura se le
escapan de las manos y debe hacer un gran intento por sujetar al que Diana se
propone matar.
También debemos destacar, con respecto al tiempo, las dos tensiones que
aparecen; la una la que se genera entre la espera y la prisa, ya que en la
introducción la narradora escribe que
esperó treinta años para contar la historia por temor a los
reproches e incomprensión de los sobrevivientes, y por otro lado está el apuro
por escribir, de ponerle fin a la larga espera.
Y la espera también pertenece al pasado y se relaciona con la promesa de
la niña de guardar silencio aún ante posible “torturas” “No voy a decir
nada. Ni aunque vengan también a casa y me hagan daño. Ni aunque me retuerzan
el brazo o me quemen con la plancha. Ni aunque me claven clavitos en las
rodilla, yo, yo he comprendido hasta que punto callar es importante”
(Alcoba 2008: 18), la promesa de callar está ligada al recuerdo que, como
dijimos más arriba, durará treinta años
en quebrar por la necesidad de hablar, quebramiento que a su vez también
desmiembra la lógica del trauma. Se recuerda para poder empezar a olvidar.
El título de la novela en francés es Menàges, que significa en
español carrusel, podemos relacionarlo con el episodio de la calesita, ese dar vuelta
temporal (aquí y allá) y espacial de la
novela, ese acordarse y no hacerlo “Todo sucedió ayer, dicen, pero yo no
recuerdo. O bien ya no puedo recordarlo” (Alcoba 2008: 67) Es la fantasía
infantil la que quiere parar el tiempo que gira rápidamente como la calesita de
la plaza, pero el efecto de detenerlo dura apenas unos segundos. “Por la
sola presión de mis párpados consigo hacer que el mundo retroceda y a veces,
incluso, aplastarlos contra el fondo luminoso (…) Muy rápidamente, todo vuelve
a inflamarse y tomar cuerpo y el libro de luz en que me hallaba desaparece”. (Alcoba
2008: 30)
Pero una vez que esa niña se convierte en adulta puede apropiarse de esos
recuerdos, puede comprimir los sucesos y volcarlos al papel de manera duradera,
como escritora de su propio testimonio.
La Historia
y la Memoria. Posibles
relaciones:
Ricoeur señala que en algunos
casos parece existir un exceso de memoria, y en otros, sin embargo su ejercicio resulta insuficiente. Esto se debe
a la fragilidad de la identidad, tanto personal como colectiva. Los abusos de
la memoria tienen que ver sobre todo con
los trastornos de la identidad de los pueblos. Todorov, y en esto coincide con Ricoeur, marca
el error de asimilar los conceptos de memoria y olvido “Hay que recordar algo evidente: que la
memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son
la supresión (el olvido) y la conservación (la memoria) la memoria es en todo
momento y necesariamente una interacción de ambos” (Todorov 2000: 15/16) La
tarea de la memoria es elegir los recuerdos y no como si fuese la “memoria” de
una computadora conservar toda la información, cosa que sería por demás, aterrador.
Los historiadores, marca La
Capra, no han elaborado una manera aceptable de utilizar los
testimonios de las diferentes víctimas. Esto lo señala por medio del ejemplo
que da de los dos sobrevivientes del holocausto (Helen K. y León S.) que
pasaron por experiencias similares pero cada uno incorpora esa vivencia de
forma diversa y a veces hasta antagónica.
Entonces, es a partir del concepto de experiencia, que La Capra retoma el tema de la
memoria. Dado que la memoria es parte importante de la experiencia, el problema
de la relación entre historia y memoria es una versión abreviada del problema
de la relación entre historia y experiencia.
La Capra plantea
la necesidad de transformar a las víctimas en agentes ético-políticos, es
decir, en ciudadanos activos, en sujetos que puedan ir más allá de la
repetición dolorosa y extremadamente individual y aisladora (asocial) de sus
traumas, que puedan participar, como protagonistas quizás, en formas colectivas
del recuerdo, desde las cuales poder construir nuevas formas de convivencia,
nuevos tipos de relaciones sociales y una nueva configuración socio-política.
La propuesta de La Capra,
incorporando la noción freudiana de trauma, es repensar no solo las iniciativas
políticas o de la sociedad civil de recordar el pasado doloroso y conflictivo
involucrado en acontecimientos históricos traumáticos, como serían los tipos de
conmemoración y de memorialización existentes en la actualidad, sino también
permitir volver sobre las metas y objetivos de las distintas aproximaciones que
desde la psicología se orientan a trabajar sobre los efectos de traumas
históricos, ya sea a nivel individual o colectivo.
Siguiendo a Ricoeur sabemos que el uso de la memoria puede verse impedido
en el individuo por diferentes patologías psíquicas, estos fenómenos
psicológicos ayudan a comprender las patologías sociales del uso de la memoria.
Freud estudió los obstáculos principales en el camino de la rememoración: los
recuerdos traumáticos que no podemos asimilar, como la muerte de un ser
querido, y mostró cómo opera el duelo en la aceptación de lo irreparable y en
el reconocimiento de que el objeto de nuestro amor ha dejado de existir y
solamente podemos recuperarlo y llevarlo en el recuerdo. Si bien la interpretación meramente
psicológica de la historia es reductiva, y pierde lo esencial, en un sentido
por lo menos analógico se puede hablar también de traumatismos colectivos de la
memoria, o de una memoria colectiva herida. Pero esta transposición de
categorías propias de las patologías psíquicas de la memoria adquiere una
significación mayor en tanto se la puede vincular a esa constante estructural
de la historia y de la existencia política, que son los efectos de la violencia.
Jorge Jinkis coincide con La
Capra en que la memoria se recupera por medio de relatos que
si bien podrán se fallidos, esto no implica que carezcan de verdad.
Por otro lado aclara que no hay una política de la memoria que no suponga
una violencia, es posible llamar memoria al retorno en el presente, un retorno
indeseado e involuntario, de lo que rechazamos o negamos de nuestro pasado. En
la producción de esos agujeros de nuestra historia ya hay involucrada una
violencia, la memoria lo es también de los atentados que ella sufre. La memoria
tiene un valor sintomático: algo de lo que no queremos saber nada llega para importunar nuestro presente. La memoria
tiene un lazo estrecho con la violencia, la sufre y también la ejerce.
El comienzo de una nación, su individuación histórica, muchas veces
glorificada, encuentra siempre anudada la guerra o la violencia y la memoria. Podemos
pensar que Violencias de la memoria significa entonces que la memoria es
memoria de una violencia.
El trabajo de la memoria en un análisis no reside en rescatar los hechos
de un pasado perdido, sino en apropiárselo y permitir su reintegración en
nuestra historia. Lo determinante no es el pasado, sino la relación que se
mantiene con él. Lo que Jinkis sugiere es que esto sea válido para el
individuo, pero también en la historia de un pueblo.
Sin embargo, estas palabras, negación, olvido, adquieren otro valor de
uso si las referimos a ciertos sucesos históricos.
El pasado que se rechaza sigue vivo y en un sentido es inolvidable. La
memoria, en cambio, como reintegración del sentido que tiene nuestro pasado,
permite un cierto olvido. Así como no se puede olvidar por decreto, tampoco se
puede legislar sobre la memoria. Respecto del mismo hecho, hay una
multiplicidad de memorias. Y el historiador tiene el trabajo de contar cómo se
fueron construyendo. Pero eso también afecta a la historia. El pasado no es
idéntico a sí mismo y la historia es una obra en movimiento que lo resignifica
continuamente.
Ricoeur se posiciona a una distancia equidistante entre aquellos que
defienden la memoria especialmente con los sucesos que se dieron a
partir de la Shoá
como Dori Laub y Shoshana Felman, citadas por La Capra, y aquellos que se
inclinan por posicionarse a favor de la historia como P. Nora. Para Ricoeur
debe existir una posición que no subordine la memoria a la historia sino que
entre las dos haya una dialéctica distinguiendo en primer lugar una narrativa
de primer orden propia de los testigos y otra propia de los historiadores que
sería de segundo orden y que desarrolle un papel crítico con el que podría
desenmascarar a los falsos testimonios.
Se podría pensar a la historia desde el nivel social en paralelo con el
rol del psicólogo a nivel individual, permitiendo superar diferentes patologías
por medio del duelo o la rememoración.
Por su lado Jinkis señala que el siglo XX no solo conoció las más
terribles matanzas y genocidios, sino también las formas más brutales de hacer
desaparecer los documentos y testimonios, desde el ocultamiento y la destrucción
de los cuerpos hasta la quema de libros. Pero si nos alejamos de la
consideración de sucesos devastadores, no parece que haya que hacer una condena
indiscriminada de la violencia. En el plano social y político, difícilmente los
cambios significativos se produzcan sin violencia. Y también en cualquier otro
campo de la acción humana. Eso es bastante evidente en el ámbito del arte; el
creador rompe con normas preestablecidas, y el quiebre que niega una tradición
es también un modo de reconocerla.
A manera de conclusión
Este trabajo intentó hacer un recorrido sobre algunos puntos todos
relacionados con la memoria, el olvido y la historia, el recordar y rememorar.
En la novela de Alcoba hay un capítulo que consideramos marca qué es el efecto
de la memoria. La narradora adulta recuerda la primera vez que sus padres caen
presos y el engaño (¿o deberíamos decir “embute”?) de los abuelos es una suerte
de mentira piadosa: decirle que los padres están en Córdoba. La protagonista
niña sabe que la ausencia no tiene que ver con el trabajo sino con una visita
hace algunos años a Cuba. El nombre que le da a la muñeca que sus padres le
regalan una vez que se reencuentran con ella, rito que permanecerá a los largo
de la historia toda vez que se produzca un reencuentro, contiene el efecto que
tiene sobre ella la memoria, “aunque sé que Córdoba no tiene nada que ver
con esa historia, yo la llamo `mi sirenita rubia´ cordobesa” (Alcoba 2008:
31) .Como dijimos anteriormente, en el testimonio no tiene que haber
necesariamente veracidad histórica, sí experiencia y decodificación de los
hechos vividos.
Bibliografía:
Alcoba, Laura La casa de los conejos, Buenos Aires,
Edhasa. 2008
Jinkis, Jorge “El origen sangriento
de la memoria”, “La partera de la historia tiene ayuda”, “La memoria en el
museo” en Violencias de la memoria, Buenos Aires, Edhasa. 2011
Dominick La Capra “Testimonio de
Holocausto: La voz de las víctimas en Escribir la historia, escribir el
trauma, Buenos Aires, Nueva Visión. 2005
Lythorgoe, Esteban “Consideraciones sobre la relación
historia-memoria en Paul Ricoeur” Revista de Filosofía del campus de la Cátedra
Ricoeur, Paul “El perdón difícil” en
La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica. 2000
Todorov, Tzvetan Los abusos de la
memoria, Barcelona, Paidos. 2000
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